El video en cuestión recoge la actuación de varias personas en un supuesto casting. A todas ellas, les piden que corran o lancen una pelota “como una niña”. Lo curioso es que, aquellas niñas que han superado la adolescencia, actúan de forma ridícula, torpe o débil, como si hubieran heredado una idea poco honorable de lo que significa ser una niña.
Por su parte, las niñas de verdad, las más jóvenes, corren o lanzan con naturalidad, con fuerza y llenas de confianza en sí mismas. Para ellas, su propia condición de “niñas” no lleva implícito ningún matiz negativo ni nada que las pueda diferenciar exageradamente de los niños, que igualmente corren o lanzan pelotas. La imagen que tienen de sí mismas, simplemente, es justa con la realidad: son ellas mismas.
Entonces, la pregunta es: ¿En qué momento la mujer o la sociedad asume que ser una niña pasa a ser algo que en realidad no es? ¿Por qué, aún a día de hoy, la idea de hacerlo como una niña sigue desfavoreciendo a nuestras niñas? ¿Quién decide qué significa “ser una niña”?
Después de un siglo de reivindicaciones, la mujer del año 2014 goza de los mismos derechos que el hombre. Sin embargo, a veces se nos olvida el derecho más importante de todos: el de reconocer nuestra condición de mujeres o individuos libre de tópicos o falsas ideas procedentes del exterior. Tan sencillo como eso.
La feminidad y lo femenino no están reñidas con lo masculino. Simplemente, son cosas diferentes que pueden compartir atributos o cualidades. Una niña puede ser la que más rápido corra de su clase y un niño puede ser el más presumido del mundo. Y viceversa, por supuesto.
Muchas veces, la imagen que tenemos de nosotros mismos como personas o colectivos contiene información heredada y simplificada que no tiene porqué corresponderse con la realidad.
Por eso, si quieres que tu imagen sea fiel a tu esencia y se ajuste a tu potencial, tal vez debes ser tú misma quien se encargue de elaborarla. Sólo así, podrás ofrecer una imagen única: tu propia imagen personal.